Decir «Erasmus» en Europa es hablar de historias de amor, de
multilingüismo y de éxito. Nada como la marca Erasmus define mejor el
espíritu de la Unión Europea (UE). Pocos acrónimos, paridos por las
instituciones europeas, se han integrado tan bien en el imaginario
colectivo y tienen el prestigio del que goza el programa de intercambios
paneuropeo. Por eso, la bancarrota en la que los Estados Miembros han
sumido al exitoso Programa Erasmus es la metáfora perfecta de la
situación in extremis que vive la UE.
Más allá de la falta de fondos para financiar el 30% de las becas presupuestadas para este curso, European Region Action Schem for the Mobility of University Students
(Erasmus) ha permitido el intercambio de más de tres millones de
estudiantes europeos. A los que, a buen seguro, estudiar en otro país de
la UE les cambió la vida y su misma proyección laboral.
Fueron el socialista Manuel Marín, excomisario europeo de Educación, y
el Foro de Estudiantes Europeos (Aegee) quienes impulsaron lo que hoy
es la marca más cotizada de todas las políticas paridas por las
instituciones bruselenses. Pocas cosas han contribuido a expandir el
europeísmo como lo ha conseguido el Programa Erasmus.
Cuando echaron a andar las becas Erasmus, en 1987, los europeos
estábamos separados aún por el entonces férreo Muro de Berlín. La unidad
monetaria o el conflicto guerracivilista balcánico no se intuían.
Portugal y España, recién ingresadas en la Comunidad Económica Europea,
se nutrían de la solidaridad europea y eran la esperanza desarrollista
de la Europa de los Quince.
La Península Ibérica padecía una fiebre europea que tuvo como
síntomas el nacimiento de vocablos como «euroentusiasmo»,
«euroesperanza» o «europeísta». La palabra «eurocansancio» o
«euroescepticismo» no formaban parte del léxico ibérico. Para
portugueses y españoles, en 1987, ser europeos iba ligado a conceptos
como democracia, libertad, derechos humanos, progreso, desarrollo,
convergencia, cohesión o estabilidad económica.
Pertenecer a Europa fue siempre el sueño de los europeos del sur que
sabían que detrás de los Pirineos se encontraba el paraíso democrático
que hacía posible vivir en libertad sin renunciar a la igualdad de
oportunidades. Eran otros tiempos donde fortalecer el Estado del
Bienestar servía para ganar la Guerra Fría contra el sistema soviético
de economía planificada. Los primeros 240 estudiantes erasmus españoles
no tuvieron que hacer más prueba que acreditar su interés por aprender
idiomas. Hoy, sólo el 4 por ciento de los aspirantes logra la beca
paneuropea.
Hace un cuarto de siglo, Europa quedaba muy lejos para España, que
aprendía tímidamente a transitar la libertad democrática y gestionaba
los fondos europeos que han servido, por ejemplo, para que las
infraestructuras ferroviarias españolas sean una de las más modernas y
avanzadas de la UE y el mundo. Aquellos fondos solidarios también
sirvieron para subvencionar escuelas taller de albañilería que
aportarían la mano de obra a la futura burbuja inmobiliaria que haría a
España escupir ladrillos por encima de sus posibilidades.
En la última convocatoria Erasmus, más de 36.000 estudiantes europeos
se han beneficiado de un programa que ha servido como ninguno para
facilitar la movilidad laboral y luchar contra las altas cifras de
desempleo juvenil. España es el país que más estudiantes envía a Europa
y, a su vez, que más recibe. Es también España uno de los Estados que
más ha reducido su aportación económica al Programa Erasmus a pesar de
que hoy, la mayoría de la opinión pública y publicada, señala a Bruselas
con el dedo acusador.
La frágil aceptación social de la que goza el proyecto europeísta,
consecuencia de la insensibilidad de la ideología de la austeridad, se
ha visto hoy reforzada por una miope política económica que está
consiguiendo que la UE, que nació para espantar los fanatismos, los
populismos, los chivos expiatorios y la soluciones sangrientas, esté
sirviendo, 62 años después de la Declaración Schumann, para que
desembarquen en Europa mesías que prometen sacarnos de la crisis
destruyendo todo lo construido a base de solidaridad e inteligencia.
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